jueves, 8 de diciembre de 2011

CONTRA LAS ALAS

Querida, estoy cansada de que me hables de hombres alados. Sí, ya sé, es una metáfora, pero una de las más fastidiosas. Un hombre camina, corre, huye, repta, a lo mucho se deja caer en algún vacío, pero volar...Sí, todos queremos volar, pero también todos queremos un montón de cosas que no pueden ser y no vamos por la vida alardeando la imposibilidad de nuestros deseos ¿o sí? Yo, por ejemplo, a veces quisiera ser un pez con dos ojos, unas branquias y no pensar, pero nosotros, los que llevamos un acuario en la cabeza lleno de criaturas multicolores y otros engendros, no tenemos la mínima intención de poseer unas protuberancias naciendo de los omóplatos, por mucho que nos entintemos las espaldas o las evoquemos. Seguro a algún científico loco se le ocurrirá instalarnos el sofisticado sistema y será con fines menos lúdicos que el placer de los aires. Así que, dejemos las alas y el vuelo humano a la poesía plastificada de los días de San Valentín o a las muestras empalagosas del romance.
Admiraré el vuelo de las criaturas hechas para ello, sus alitas más perfectas que mi visión, su despegue más diestro que el entendimiento y toda elevación se reducirá a sentir.
Gracias, tampoco quiero hablar de ángeles.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

A la realidad:

Me avientas una y mil veces, me deformo, me estiro, me hago pequeña, blanda.

Recoges mi cuerpo maltrecho, lo sanas,
se recupera (risas)
lo lanzas de nuevo.

Mi ser, dislocado se retuerce,
canta la agonía, notas bajo el agua
miembros rotos ante a tu pupila indiferente.

Me tomas entre tus manos, me remiendas
zurcido antinatural
aguja envenenada, hilo-palabra-llanto.

Un brazo, una pierna, un ojo en el suelo
el corazón me cuelga de un nervio,
ha ensuciado todo.
El vestidito azul empapado.
Tus pestañas gotean.

Silencio en el estrado.


máscara de arrepentidos
maquillaje para el alma
usa peluca, dolor, píntate los labios, sal por la noche a enseñar las pantorrillas.
Engáñate otra vez, ríe frente a todos y escupe sobre las manos del tiempo. Vamos a devenir en ello. En nada. Abusáste del oráculo. Te interpones entre la nube y el agua. Gira la rueda muy a pesar de la piedra sobre la que anda. Anhelo, luego la bofetada.

Deseamos con tanto ardor que cuando poseemos, ya todo es cenizas.

jueves, 20 de octubre de 2011

REPORTE METEOROLÓGICO

El clima es un asunto geométrico.
De ahí la crueldad del eje de la tierra.
De ahí mi fé, que apela a su perfecto mecanismo.
Los astros giratorios por fuerza, oscurecen cuando alumbran.
La terrible simultaneidad se hace presente.
Mientras unos hacen el amor cuando amanece, otros son masacrados bajo el lado oscuro de la luna.
¿Qué pasó con los primeros, que después de vivir un día soleado encontraron al frío rasgando sus certezas?
¿Qué pasó cuando descubrieron el carácter voluble de la lluvia o la tiranía del viento, o la soberbia de la sequía?
¿Cómo lo nombraron?
Tanta inclemencia, tanta vanidad de la naturaleza ¿puede ser descifrada en una vida?
¿Se puede diferenciar la noche en una nube de angustia?, ¿en verdad se puede diferenciar del día?
No hablemos de las estaciones, porque mudo de piel tan abruptamente, que no me da tiempo de saber en que temperatura ama ya este cuerpo. Se me parten los labios. Se me parte el rezo. La quebrada devoción que siento por lo neutro, el querer colorizar vapores, la tentación de describir el trueno, la ternura graniza, el olor del hielo.
El clima envejece. Es circular, es paralelo, espléndidamente monótono. Habitamos su vientre y nos azota. Es un padre golpeador. Es una madre paciente.
Y nuestros ojos, deseando enumerar los pastos, calculando el desfase entre el afuera y este adentro.
Nos valemos del aroma como guía, nos valemos de la ilusión también, del rocío, para vernos por un momento en una gota, para ver luego a la gota disolverse entre lo incierto, en eso que llaman TODO, que nos gobierna y nos hincha las entrañas a cada nuevo intento por comprender.
Creemos que la maquinaria funciona. Creemos que la inercia pendula. Creemos que la naturaleza es bella y a lo bello lo llamamos perfecto. Pero mira de nuevo, deténte.

Hago una pausa ante estos días, días que no pertenecen al verano ni al otoño. Días que no me pertenecen a mí. Días polvo.

martes, 4 de octubre de 2011

SEX & THE CITY

Miles de caras sin nombre caminan en círculos, bajo la presión del minutero que obliga a seguir andando.
El semáforo tiene tres colores, igual que la bandera. El deber llama. La sangre también.

Ella se lleva una bocanada de aire a los pulmones, una grande.
La soledad grita, pero se ahoga. Está amordazada por la servilleta de algún bar.

Una terraza, dos copas, cuatro manos.
Ella no sabe para dónde mirar. Él ya tiene un objetivo.
Ella suspira, se levanta, coloca la mirada en un punto perdido, expectante.
Ahora, él, tiene un mejor ángulo de su figura.
Ella se sabe deseada, dice, no sabe amar.
A él, lo del amor no le pasó por la cabeza.

Las noches nacen y mueren idénticas, sin que nadie se detenga a notar sus diferencias.

Ella es un negativo, al ser revelada toma color, necesita miradas.
Él, simplemente mira.
El instante ahora es otro: pasaron de ser extraños que rivalizan, a jadear ritmicamente en una sola voz, en una carrera por sentir, dónde el ganador será el que utilice menos tiempo para llegar a la meta.
Repiten caricias, palabras, trilladas herramientas reducidas a un anhelo.

La oscuridad va manchándolo todo. Las sombras se esconden tras el espejo y los ojos bien abiertos perciben el silencio de la nada.

Entonan la furiosa melodía del gozo en lo más profundo de su centro.
Quieren arrancarse las entrañas y después servirlas bien calientes. Platillo sazonado con reservas.
La carne se va cociendo en el hastío, animal herido esperando el último golpe para morir.

La estocada final:

contracción...

Se retiran impolutos de la sala.

Una historia sin vaivenes cada noche.

Acumulación insípida de lunas en el vientre.

jueves, 22 de septiembre de 2011

REGATEO

¿Cuánto quieres?— preguntó mientras se alisaba la falda.
Trescientos grandes—dijo rumiando un chicle—de los verdes, mi reina.
¿De dónde es? preguntó la rubia sin acercarse demasiado.
De Colombia, de por el puerto- su lengua oscilaba veloz de una comisura a otra de sus labios.
La rubia, (que no lo era auténticamente), secó nuevamente sus palmas empapadas en los tablones de la falda.
Pues ya no lo piense mi señora, esta re-chulo, si viera el trabajo que nos costó traerlo.
¡Cállese!, no quiero saber eso, dijo apretando los ojos.
Una mujer tosca lo sostenía entre sus brazos. No hablaba. No se movía. Seguía con la mirada el intercambio entre el gordo y la rubia. No gesticulaba.
Mire, acérquese- insistió el hombre gordo escupiendo un poco.
Doscientos cincuenta, contestó la rubia sin dar un paso.
No—tajante—el hombre se dispuso a volver al auto. Hizo un gesto a la mujer tosca para que lo siguiera.
La rubia volteó a ver a uno de sus guardaespaldas, luego al chofer, pero ninguno tenía la mirada dispuesta. Desilusionada por no poder consultar con nadie, metió la mano al bolso dorado. Sacó una cajetilla de cigarros con filtro, importados. Se puso uno entre los labios, lo prendió temblando.
Güerita, güerita, vamos a ser sinceros, de aquí a que se le presente otra oportunidad como ésta, va a estar dificil.
Pero, ¿qué pasaria si?
Pues como quiera, hay muchos interesados, usted porque venía recomendada, pero—la tos y un gesto de fastido se mezclaron interrumpiendo la frase.
No, no, está bien—su voz se elevó— me lo llevo.
Perfecto.
El gordo enseñó los dientes podridos en una sonrisa lujuriosa- le va a salir bien bueno ya verá, no se va a arrepentir, ya todo esta arreglado, se lo lleva sin problemas.
La rubia sacó del bolsito un sobre de estrasa, en la punta asomaba un grotesco fajo de billetes. Estiró la mano, la depositó en un rápido movimiento sobre la palma del gordo cuidando no tocar su piel, no entrar en contacto con los gruesos dedos, la retiró bruscamente, la volvió a restregar en la falda.
El gordo contó paciente, billete por billete, humedeciendo el pulgar y luego el índice, mirando de reojo al hombre trajeado parado tras ella, éste a su vez había metido la mano dentro del costado derecho del saco, vigilaba tenso cada movimiento en el estacionamiento desierto.
La rubia tenía la mirada instalada en los brazos de la mujer, miraba como se mecían indiferentes.
El gordo hizo una seña con la mano: la mujer se puso en pie, se acercó a la rubia y ofreció los brazos.
El de traje se interpuso para recibirlo, para que no hubiera trampas.
La rubia apagó el cigarro con el zapato de piel de serpiente, abrazó su nueva adquisición y dió vuelta hacia la camioneta. El de traje esperó a que ella subiera, a que la pareja de negociadores también.
Desde la ventanilla del Camaro, el gordo gritó:
Salúdeme a su esposo, güerita, dígale al Licenciado, que cuando se le ofrezca.
Prendió el motor y se puso en marcha.
En la camioneta, la rubia, ya cantaba canciones de cuna.

domingo, 4 de septiembre de 2011

HAGA SU PROPIO MONSTRUO PARA AMAR

Aquí, los sencillos pasos:

Cortar un trozo de cada amante que haya tenido en su vida.
Unirlos: un pie, una mano, un beso, un ojo, un grito, tres manías, cuatro cabellos, diez falanges, dos deseos, cuatro histerias.
No se olvide de agregar un número indeterminado de gemidos, montones de inciertos escenarios, (también mézclelos) sábanas,árboles,techos,música,hoteles,peleas,abismos.
Cósalos inmediatamente, cuidando remendar perfectamente los dobleces, necesitamos una costura fina, casi invisible, aunque si lo prefiere puede utilizar hilos de colores para dar mayor realce a las uniones.
Lo último será pegar en forma de botones las voces, aquellas vibraciones un poco inciertas salidas de cuerdas vocales que hace mucho creyó haber olvidado.
No tema, puede que antes de haber terminado el trabajo, su recién construido ser vaya adquiriendo un aspecto... un poco raro, pero una vez hechos los últimos arreglos, habiendo ensamblado ya la suma de la pasión antigua, le aseguro que tendrá un monstruito formidable, digno de toda su entrega.
Y que además, lo amará bastante.

domingo, 28 de agosto de 2011

sábado, 6 de agosto de 2011

Las rocas,
su lenguaje de la quietud, tan parecido al de la muerte
el oleaje de su imperceptible pero indudable movimiento, tan invisible para la estupidez de nuestros ojos.
Y la luz se posa, y la luz canta, y la luz nos da posibilidad, la ofrece, de entender, y nos volvemos a encontrar frente a este universo, y la posibilidad se queda inerte: nos estrellaremos contra el muro de uno mismo, derramando, en espera, como las rocas, que ese sonar del agua nos arrope.

miércoles, 20 de julio de 2011

JUEGOS DE VERANO

¡Un carrusel!
súbete conmigo, el viento está a favor
bésame, la naúsea llegará después.

Cortaré la crin de mi caballo
y a tí te veré montar a la jirafa.
El aire gira.
Las campanitas tintinean tan fuerte
que las bombillas rojas parpadean de espanto.

Los payasos tran terror en los bolsillos,
las golosinas son para los que se portan bien,
tus ojos guardan espera, mi espera te guarda a tí.

Una vuelta, dos, tin, tin, tin, chan, chan,
el eje de la tierra anda mareado.

Los niños habitan el universo del kiosko;
pequeños piececillos pintan el suelo
como manitas empapadas colorean una pared.

Las resbaladillas son un pasadizo,
me aventaré, llegar abajo es terminar el viaje.
Estirar la gravedad es hacer bombas con un chicle
¡Pop!, ¡Plap!
¡otra vez!

Burlarse de las anticuadas leyes de la física,
ser un globo, déjate caer, ¿flotas?
Olvidamos debajo de un árbol nuestros cuerpos,
no tarda en empezar a llover.

¡Ahí!, ¡hay un tobogán!, ¡oh!, no lo desperdices
aferráte a mi espalda, salta.

El subi baja, sube, baja, baja, baja
¿lo notas?
A veces, sólo a veces, con maestría
puedes equilibrarlo, un espejo eres,
una revolución eres, sube, sube, sube.

Un huracán tocará tierra en el parque.

miércoles, 6 de julio de 2011

REDES

Nadabas en un mar de gente
cara a cara.

Cayeron las redes,
te pescaron:
acuario de amigos imaginarios.

Sin mirar, tocar, oler,
los cuerpos están cerca
a un solo clic,
a un solo golpe de dedo,
las teclas mandan mensajes y besos.

Viviendo para todos
actuando para todos,
esperando comentarios.

Sin rubro de desagrado
ni espacio para el silencio,
fiebre,
ser constante, ¿permanente?
en una pantalla de luz.

Volteas,
las sillas te miran fijamente,
el envase de mayonesa no coopera
el teclado es complaciente.

¿Necesitas respirar?
Ten cuidado
tal vez, sólo quieras pulsar Enter.

martes, 21 de junio de 2011

Ese lugar donde nace el grito
¿entre mis piernas?
donde se extiende
pasa por la pelvis
roza los riñones
viaja por la médula y se estira 
habita entre las costillas
se muda al corazón, se instala,
llega intacto a la garganta, finalmente se enaltece 
se ausenta y retumba tras el eco 
y te llama tan auténtica y deseperadamente 
que lo único que podría sucederle a este discurso, es tu nombre 
y sentirme tan mía, tanto, que no puedo más que renunciar,
ceder 
el derecho 
de poseerme
como lo harías en un solsticio de verano,
en la víspera
en el umbral
ahí, no hay nada que ofrecer más que ésto,

que aunque no quiera(s) soy yo.

jueves, 16 de junio de 2011

LUNA

Un sólo ojo,
ojo sin retina,
ojo en trance
observa
hipnotiza,
se ausenta,
tras el escándalo
brilla, brilla
blanca tan blanca
un huevo que germina
una golondrina pariendo
blanca blanca
tan insípida
un deseo, una semilla
esperma derramado,
luna, si te vas
déjame un recuerdo que me ate
sólo a la noche, por favor.

sábado, 14 de mayo de 2011

LA LLAMADA

Rosalva llega a casa, Juan ya está ahí. El tiene poco de haber llegado. Libre de la corbata, está tumbado frente al televisor mudo. Rosalva se sienta a su lado, arranca con un violento movimiento los tacones rojos de sus pies exhaustos, tiene ganas de hablar, de abrazar. El cansancio le estorba. Sin decir palabra se dirige a la cocina, preparará la cena.
Juan, se retira a dormir, ella se queda frente a una pila de sobres y una calculadora. Al terminar, se mete desnuda a la cama, pega su cuerpo a la espalda de su marido. El único sonido en aquella recámara es el de las respiraciones acompasadas de la pareja, casi imperceptibles. Sin advertencia, del teléfono brota un agudo chillido que rasga sin piedad el silencio, lo atraviesa. Rosalva estira el brazo, alcanza la bocina, balbucea, del otro lado nadie responde. Juan pronuncia una frase que no se entiende, regresan a las profundidades del sueño.
A la mañana siguiente, Rosalva delinea sus ojos. La radio transmite una emisión especial sobre infidelidad: “Mitos y realidades, cinco señales que no debe ignorar”. Ella programa esa estación para escuchar la hora cada cinco minutos. Despide a Juan con un beso, le arregla la solapa, y prosigue con el labial.
Suena el teléfono.
-¡Carajo!, ya es tardísimo, no voy a llegar.
-Bueno, bueno.
-...
Cuelga molesta. Busca su saco.
-Número dos: llamadas misteriosas, son muy comunes cuándo uno de los conyuges se ve envuelto en una aventura extramarital, señora preciosa, escuche con atención al otro lado de la bocina: una respiración, un ruido del fondo le podrán proporcionar pistas sobre la identidad de su rival.
Rosalva toma las llaves. Apaga la radio. Sale de casa azotando la puerta.
Conduce al trabajo. Un claxón. Una mentada de madre. Luz roja.
-Me estoy poniendo muy paranóica- dice- mira nada más, que escuchar a ese tal Walter. Ríe. El retrovisor le avisa que sus dientes delanteros están manchados de labial.
Por la tarde recibe una llamada de Juan, avisa no llegará temprano hoy. Tiene reunión con su jefe, el nuevo director de la empresa.
Rosalva ha tomado once tazas de café. Ha fumado media cajetilla, también.
Cuando Juan llega a casa, la encuentra con un cigarro entre los labios, con la sonrisa deformada. Se acerca, le besa el cuello. Ella, hace una mueca, retrocede un paso.
-¿Cómo estuvo la comida?
-¿Quiénes fueron?
-¿Por qué se alargo tanto?
Juan intenta responder, pero la velocidad del cuestionario lo enmudece.
-Está celosa, está celosa- canturrea entre risas.
Rosalva se relaja, él tiene razón, ha exagerado.

Las llamadas del “mudo” continuan. A veces responde él, a veces, ella.
Juan toma el celular de su mujer cuando ella entra al baño, revisa su agenda -esos celos que siente ultimamente, la obsesión por mis horarios, algo esconde, no es normal. No encuentra nada.
Es de noche, Rosalva estrena un neglille negro que guardaba. Se mueve lentamente, se acaricia, goza con el movimiento de sus dedos que bajo los encajes parecen ejecutar una melodía deliciosa. Él finge indiferencia, intenta retirarla. Rosalva lo llena de besos suaves desde el cuello hasta las pantorrillas, se despoja de la lencería, coloca las grandes manos de su esposo en sus senos, rítmicamente sus caderas se apoderan de la voluntad de Juan, que enfurecido por la sospecha, la toma sin delicadeza alguna, la voltea, la embiste iracundo -ésto es lo que querías, putita, ésto es lo que te gusta, ¿verdad?- su cuerpo se prepara para la estocada final. Rosalva grita. Él, en un sollozo ahogado vierte toda su energía.
Ahora no puede dormir, imagina a su mujer repitiendo los mismos movimientos envuelta en el mismo encaje, en otra cama, con otro hombre. Se excita .-Me doy asco.
Rosalva olisquea las camisas masculinas, revisa cada uno de los bolsillos de las prendas. Él ha comenzado a seguirla: el gimnasio, la universidad, la oficina, amigos, peligro, peligro, peligro.
Ella busca en el periódico en la sección de detectives, luego reflexiona, no importa, cómo diría su padre: “piensa mal y acertarás”. Preguntas, llamadas, mensajes, señales por todas partes: la agenda, el correo, la computadora, gritos, llanto, silencios podridos.
-La agenda, sí la agenda, cómo no lo había hecho antes. Rosalva la toma del portafolio, la guarda en su bolsa. Ya en la oficina, llama a cada uno de los contactos femeninos. Escucha la voz de cada mujer y se imagina su cuerpo húmedo esperando a Juan, sus labios, sus piernas trenzadas en las de su hombre. Un cigarro, otro, café, más café.- Cómo no tengo pastillas-piensa.
Él ha llegado borracho. Ella calla; al verlo desatar su corbata con torpeza, no lo resiste, ataca su cuello, le arranca la camisa, el cinturón, no pierde tiempo para lamer el sudor de su piel, para frotarse contra él. Juan al sentir los dedos de su mujer jugueteando por todo su cuerpo, se sabe otro hombre, se enciende, la ve deseando esa carne que no le pertenece. La sangre se desplaza con vértigo, se agolpa, le ordena.
La tormenta se desatará al día siguiente, cuando la lluvia haya cesado.
Es sábado, los dos están en casa, Rosalva abre la puerta de la recámara y lo ve: Juan sentado a la orilla de la cama. Sobre las sábanas, las pantaletas del cesto de la ropa sucia. Juan tiene una en la mano izquierda, la dirige a su nariz, repite el movimiento con la roja, la negra, la beige, su diestra se agita entre gemidos dentro del pantalón.
-Ding, dong
Rosalva baja las escaleras despavorida.
Él se demora unos instantes. Baja ruborizado. No reconoce al técnico de la compañía telefónica que corta cables en la cocina.
-Buenas tardes, señor, nos informaron que en esta calle el cableado ha presentado fallas y es imposible escuchar a las personas que llaman.
Voltean a verse. Ella no parpadea. El baja la mirada.
Frente a la ventana ven la escueta figura del técnico alejarse. Juan la abraza por detrás, la huele. Ella le acerca más el cuerpo, él desliza su mano dentro de la blusa de seda. Ella voltea, lo besa, de reojo inspecciona el cuello de su camisa, lo huele profundamente. En el reflejo del vidrio, Juan ve a su mujer excitada, la ve con un hombre que la envuelve. Respira. Se encuentra con sus propios ojos.

martes, 12 de abril de 2011

INSTRUCCIONES PARA PERDER Y/O ENCONTAR LA RAZÓN

1.-Véase fijamente al espejo durante varios minutos.
2- Fije su vista en el interior de sus ojos y luego recorra lenta y minuciosamente los contornos de su rostro.
3.- Cante una canción, su favorita, mientras parpadea lo más rápido que pueda. Mientras tanto atraiga hacia usted el recuerdo más vivo y alegre que tenga de su infancia y péguelo a su memoria actual. Hecho ésto, contrapóngalo a la imagen que le devuelve el espejo.
4.-Piense en el ser amado, más específicamente en su amante, ya sea el de su pasado, su presente o el que sabe conocerá mañana, desnúdelo con la imaginación y comience a besarlo, ahora esa sensación péguela en el espejo. Recuerde, estamos haciendo un collage emocional y es importante recortar bien cada escena con su sensación completa.
5.- Tome consciencia de lo que está haciendo en este instante y sépase que ese amante y ese niño sólo estan presentes en la parte interna de sus párpados. Búsquelos y rebúsquese más adentro hasta tocarlos, o simplemente olvide el espejo y salga a buscarlos. Cualquiera que sea su elección, conserve la calma.

miércoles, 6 de abril de 2011

CRISIS IS OVER

NINA
5 p.m. Y no ha terminado ni las tres cuartas partes de sus actividades diarias.
Hasta hace tres meses, Nina tenía un novio.
5:05 p.m. Mientras viaja en el metro, lee a Samuel Beckett. Ella quiere ser actriz.
El cerebro se fragmenta como las horas: finanzas, pendientes, tareas escolares, teatro, el obsesivo hobbie de la literatura.
Lleva varias semanas sin pintarse las uñas. Ayer descubrió que también, sin mirarse al espejo. El tiempo la ha acorralado. Constantemente siente que está dentro de una gran aglomeración donde no puede mover ninguna extremidad, claro se dice ella, es sólo una metáfora.

S. LANDEROS
-No es necesario, repetir, jóvenes, lo que se debe hacer para acreditar esta materia-.
El profesor había repetido tantas veces frases como esa que su cerebro permanecía prendido siempre a media luz. Los tiempos donde la bombilla era deslumbrante no solo habían quedado sepultados entre el bajo sueldo y las preocupaciones domésticas, sino que ahora aunque intentara presionar el interruptor, la juventud a su alrededor opacaba el brillo alguna vez visible en ese cuerpo gris que ya no encaja con la nueva dinámica.

OMAR
La pulcritud de la oficina, el traje de casimir, el auto que grita los ceros de su costo, el departamento como salido de revista: el ajuar exacto de la buena vida. El deseo de despertar envidia. Su autor favorito: Maquiavelo.
No llegaba a los treinta y ya ocupaba uno de los puestos editoriales más poderosos en el medio. Se había casado dos veces, ambas se divorció. Las mujeres lo saquearon, decía. La primera vez era demasiado joven, la segunda, demasiado bueno: las mujeres gustan de los problemas, de los conflictos. Yo les doy bienestar, les doy demasiado, no aguantan.

DOÑA TERE
Hace veinte años, Doña Tere había dejado su pueblo: Teotitlán del Valle.
Sí, allá donde se hacen telas, dicen, las más bellas de México. Doña Tere dice que del mundo.
Ella es tejedora, eso nunca se olvida, por más que pasen los años, por más que ahora le pase la ciudad por encima, por más que su telar de cintura se este enmoheciendo en el cuarto de azotea. Desde hace veinte años se dedica a la limpieza. Actualmente a la limpieza profesional, así le llaman en la empresa de ufanadoras donde labora.
Tiene dos hijas, no saben coser, tampoco cocinar. Una de ellas se viste de negro, se maquilla los ojos y usa ropa de cuero o terciopelo, todo en color oscuro, sin importar el clima. Estudia preparatoria. La otra es secretaria bilingüe,estudia sistemas computacionales y se quiere ir al gabacho para hacer lana.
No les gustan los quehaceres de la casa, pero como mamá trabaja, no les queda de otra. Al papá ni lo conocen.




El metro abre sus puertas con un quejido agudo. Los empujones. Los sudores compartidos. La asfixia de la hora pico.
-Ahora si me voy a comprar un carrito con el aguinaldo- se dijo con fastidio para sus adentros.
Los últimos quince años se había repetido esa frase como si fuera un mantra. Los primeros se le fue todito en pañales y leche evaporada, después en campamentos escolares, santos reyes y hasta en el mentado Santa de los comerciales. Los otros, en necesidades que excluían festejos y vacaciones, ya las últimas ocasiones medicamentos para Laura, la esposa, con su certero dolor de espalda. También él consume analgésicos. No sabe muy bien la región del cuerpo que quiere adormecer, aún así, mitigan el dolor.
Landeros está convencido de que cada día el dinero rinde menos, la vida también. Debía pedir un préstamo y dejar de pensar para llegar temprano a la clase.
Nina llega con cinco minutos de retraso, Landeros hace una mueca, pero la deja pasar. Nina no se concentra, mientras el profesor pinta ecuaciones con gis blanco, ella repasa una y otra vez los gestos para su próxima puesta en escena.
-Mañana, chicos, integrales y cálculo diferencial, tomen nota, no lo voy a repetir, examen, el miércoles 17, entrega de calificaciones el dia 24...
Nina en clase, termina los reportes financieros para su jefe, hoy a las cuatro deben estar en su escritorio para que no haya problemas con Omarsito, le llama sarcásticamente. Lo detesta.
-Misógino de mierda- la última palabra brota de sus labios espontáneamente.
-Señorita, usted no respeta- Landeros suspira.

-¿Se le ofrece algo, licenciado?- pregunta Doña Tere, recogiendo colillas.
-No, gracias- responde Omar sin despegar la vista de la computadora, está escribiendo un mail.
Sabe que no obtendrá respuesta, pero cada día 20, le escribe a su madre radicada en Canadá desde los noventa. Ella cada 30 le devuelve una escueta cuartilla donde narra con aburrimiento acontecimientos políticos que a él no le interesan, termina con XOXO (besos) y nunca hace preguntas.
El quería ser pintor, sus padres lo apoyaron, una carrera muy cara, pero en la escuela dijeron no tenía talento. Sus novias en cambio alaban sus pinturas: en cada cita amorosa, él aspira varias líneas de costoso polvo, les resume la historia de sus trazos. Ellas lo esperan desnudas en la cama para callarle la boca. Al día siguiente la memoria se despinta.
Nina toca la puerta de la oficina principal. Lleva un folder verde en la mano derecha, en la otra, una taza de café.
-Ahí está mi pequeña favorita- dice Omar fingiendo la voz, poniendose en pie.
Ella sonríe, entrega los documentos. El acaricia “fortuitamente” el dorso de su mano. Ella reitera la sonrisa, reitera el asco.
Intercambian frases de estricto orden laboral con una carga tácita de sexo explícito. Ella bebe el café lo más rápido que puede, se está quemando la lengua, así no podré mentarle la madre, piensa.
Doña Tere toca nuevamente la puerta, olvidó una franela en la oficina. Apenada, pide permiso para recogerla. Nina encuentra el momento perfecto para escapar.
-Me urge trabajar de actriz, no tendría que soportar imbéciles como éste- se dice convencida.
Omar se queda pensando. Realmente le gusta esa mujer. Le gusta Nina. Ella si lo comprendería. Adivina en su nerviosísmo la reciprocidad del sentimiento. Ella, cómo es artista también, podría rellenar ese huequito, es lo único que le hace falta. Siente ganas, ganas de ella, ganas de todo. Se mete al baño, espejo en mano las sacia desde su nariz.


De Polanco a Santa Cruz Meyehualco, barrios opuestos dentro de la ciudad, transcurren dos horas en transporte público, huele a cansancio y torta de huevo, a soledad con moho y parejas pasando babas. Doña Tere va bordando. Aunque no le toque asiento y las varices se hagan las traviesas, ella borda caracoles, estrellas, rosas, por dentro, por fuera. No para de tararear los sones de su tierra, esos que con tanta sabiduría le enseñaron que ante los hechos, ya ni llorar es bueno. Sonriente, pasa con gracia los hilos anverso, reverso. La tela se transforma, el camino también. Ya casi llega.
La reciben sus hijas. La música en inglés invade la vivienda, parece que tanto tamborazo no cabe en un lugar tan pequeño y luego esas cosas que dicen, uno no sabe si se la están mentando. Ellas cantan con fluidez washa washeando, ¡cuánta cosa!, y ¡esas modas!, ¡madre santa!. Doña Tere les da la bendición, plancha dos docenas de ropa, le reza a su virgencita y luego se va a acostar.

-Cuatrocientos despidos de maestros se esperan para el próximo mes, informan en la televisión- el locutor ostenta una sonrisa casi imperceptible, pero constante, -se anuncian marchas y plantones. El sindicato más grande del país moviliza todas sus fuerzas para impedir la atrocidad.
-¡Ni un paso atrás!, ¡venceremos a la autoridad!- es la consigna que retumba por las grandes avenidas taponeadas por la manifestación.
Landeros no grita. Viste una playera con la fotografía del líder sindical. Lleva un banderín con símbolos de comunista. La política no es lo mío le dice a un “camarada”, lo mío, mío, son las matemáticas.
-!Ay!, esos chamacos, el examen, no yo creo que me regreso-.
-¿Y el aguinaldo compañero?, ¿a poco lo va a dejar perder?- le pregunta el profesor de geografía.
Landeros, sudando, alza la banderita. Alguien le pisa los talones.

Nina llega temprano a la oficina. El metro viene vacío. Las calles dejan al descubierto las imperfecciones que casi siempre se esconden bajo las llantas. Es día feriado. Las empresas privadas carecen de reglas burocráticas, son innecesarias: “ The time is the money”. Omar tiene un letrero doradito en la puerta de su oficina que le recuerda al personal el alto precio de los minutos. Algunos, como él, se dan el lujo de llegar tarde, pero eso se gana con trabajo.
Nina aprovecha la ausencia de su jefe para leer a Beckett, luego prende la computadora. Sigue leyendo, se le pasa rápido el tiempo, esperando a Godot. Alguien llega por detrás, (¿sera él?) le tapa los ojos con las manos (no, no es). Ella salta.
-No se asuste señorita-susurra Omar.
-Ay, licenciado, casi me muero-
-No me digas así, Nina, háblame de tú, eres especial, lo sabes, es más, hoy te invito a comer-
Nina no responde. Ve cómo se aleja dejando en el ambiente aroma de loción cara. Sí, lo caro, también huele.
Se queda a dos páginas del final. Cierra el libro. Se siente molesta. Prepara un café. En la cocineta, prende la televisión, no quiere seguir escuchando el eco de la palabra especial que no se le sale de la cabeza.
-El cuerpo especial de granaderos- ay no, otra vez la palabrita - reprimió a un grupo de maestros manifestantes a golpes y a chorros de agua. El saldo es de doce heridos y cincuenta y ocho detenidos, no se ha logrado acuerdo, sin embargo el líder convoca a seguir luchando en pos de los derechos...-
Mientras sirve azúcar sin calorías, Nina ve en pantalla el rostro amoratado y sangrante del profesor Landeros, lo llevan a una camioneta blanquiazul.
-Ay Dios, pobre profe, pero bueno, hoy no tendré clase, me voy a ir a ese casting-


Doña Tere no tuvo trabajo. Su empresa es muy considerada, respeta los días festivos. Se levanta una hora más tarde. Sus hijas también están en casa. Una de ellas, la de negro, no se quita los audífonos, casi no habla, la otra, habla mucho, pero sólo con las manos, teclee y teclee en la computadora, quién sabe cuántas cosas dirá con esos dedos. Le ha explicado varias veces a su mamá cómo conversa con un

montón de gente en esa pantalla en la que Doña Tere sólo ve letras y unas imágenes muy raras que no le interesa entender.
-¡Comadre!, ¡comadre!,¡abra la puerta¡, ¡niñas!, ¡rápido!, escucha del otro lado a la vecina alterada.
Salta de la cama, se pone las sandalias como puede, corre hacia la puerta. Las hijas parecen no haber escuchado, si lo hicieron reaccionan lento.
-¿Qué pasó vecinita?-
-Hay un operativo, vienen por droga, ya están revisando los departamentos de abajo, les pusieron de cabeza sus casas, se llevaron al hijo de mi cuñada, tenga cuidado comadre, saque su dinerito, las medallitas, lo que pueda-.
Doña Tere saca la caja de galletas Maria dónde guarda los ahorros. Toma a su virgencita, la de Juquila. Las niñas sacan la laptop y el reproductor de música, nada más.

Nina sale a la una, el casting es en el centro. Llegará en punto, calculó. Se maquilla en el trayecto. Descubre dos nuevos barritos, probablemente ya los tenía desde hace varios dias pero no los habia notado, los cubre con polvo. Se tapa los poros. Practica varias lineas.

-No hay derecho a fianza “camaradas”- espeta un abogado, primo del líder sindical- pero no se preocupen, ya se está buscando el diálogo, más tarde que temprano, nos vamos a hacer escuchar. Esta lucha, esta lucha está ganada. No tienen argumentos. Nosotros somos más, no pasarán-
Landeros golpeado, adolorido, con una fractura en el cráneo a medio curar, sentado dentro de los separos, ni escucha, ni piensa, ni le importa. Todo es blanco. Sus compañeros alzan los puños y bromean.

Omar recibe un mail de su madre, su padre ha muerto. No llora.
Los trámites, ceremonias y toda la pompa fúnebre se realizarán en México. No tendrá que trasladarse. No cómo la última vez que viajó 3900 kilómetros con la noticia de su ascenso en la boca a punto de reventar, y que se pudrió ahí. No hubo nadie que la escuchara. Hubo un sujeto portando el mismo apellido, las mismas cejas arqueadas, los mismos movimientos sútiles para denotar desprecio, movimientos que conocía a la perfección.Hubo un sujeto que estrechó su mano, evitó sus ojos y dió media vuelta sin decir una palabra.
Recuerda la cita con Nina para comer. Llama al restaurante francés que está a dos cuadras. Reserva.
-La mejor mesa- recalca con tono afectado.
Entra al baño. Aspira. Se moja la cara. Se eleva. Se perfuma. Se corrige la corbata. Prefiere cambiarla, saca del pequeño clóset una de firma italiana, muy fina, con bordados mexicanos hechos a mano, es más apropiada.

-¿De quién es esta porquería?- pregunta un agente, combatiente de las drogas, mostrando una bolsita de marihuana a las mujeres de la unidad habitacional- mejor me dicen, o me las chingo a todas parejo.
Nadie hablaba, nadie lo veía, las miradas se mecían entre el suelo y las botas del hombre.
-Ah, jijo, recuerda Doña Tere. La había guardado para las varices, allá en el pueblo se prepara ese ungüento para las reumas, qué cómo calma los dolores. Estaba en el cuartito de azotea, ya ni se acordaba. No le queda remedio. No sabe mentir. No puede callar, menos con la virgencita en sus manos.
Se la llevan a jalones. Destrozaron el telar, lo pisotearon. Doña Tere alcanza a pedirle a sus hijas vayan al edificio dónde limpia, hablen con el licenciado Omar; él tiene reteharta lana y buen corazón (lo supone).
-Si no le digo a él, en la empresa me van a dejar entambada- ya no sabía si lo dijo o sólo lo pensó.
Se va rezando en voz alta.

-Quiero ver tus perfiles: izquierdo, derecho, de frente, sin suéter ,¿sabes qué? también voy a
necesitar uno en ropa interior, porque mi proyecto, corazón, tal vez requiera de un desnudo, claro muy artístico, todo profesional, tu entiendes ,¿verdad?- el autonombrado director de acento extranjero solicita enérgico a Nina. El flash la aturde más a cada clic.
En la habitación vacía, de no ser por un espejo y otras dos chicas sin expresión, Nina espera la oportunidad de ejecutar la pequeña rutina que lleva practicando por meses. Nunca llega.
Tras una hora de disparos plateados hacia su cuerpo semidesnudo, el regordete director le pide número de teléfono y correo electrónico, luego le deja en la mejilla un beso húmedo y un caliente chao muy cerca del lóbulo.
Nina sale con nauseas, con llanto en la garganta, con ira en los pies, a velocidades de fuga. Ansía bañarse, piensa en Godot, en Omar. Se restriega una y otra vez la mejilla con la manga del suéter. No logra arrancarse la saliva que le había traspasado el maquillaje, que le había perforado la piel.
Llega a la oficina bañada en llanto, bañada en sudor, recuerda la cita con Omar, es tarde, muy tarde.

-”Camaradas”, les tengo noticias- vociferó alegre el abogado de la sección sindical- por la tarde los vamos a liberar, van a ser solamente siete, siete salarios mínimos y ya estamos fuera, un triunfo, un triunfo para nuestro benemérita organización de trabajadores leales y conscientes de la causa. ¡La causa no muere compañeros!, ¡la lucha sigue!, ¡la lucha sigue y sigue...!
Seis horas más tarde, Landeros saca un boleto del metro, todo arrugado, el último, había pensado hace unos días.
-Voy a comprar diez de una vez, para toda la semana-

Desde su cubículo Nina espía. Omar está encerrado desde hace media hora con una joven (para ella desconocida) vestida de terciopelo negro con detalles morados y botas de charol. Siente curiosidad, ganas de hablar con su jefe. Ya no le parece repugnante. Quiere abrazarlo.
Por fin... La joven de negro guarda algo en su bolso de encaje y sale de la oficina con la cabeza gacha, no sin antes lanzarle una mirada retadora, Nina la ignora.

-Aquí está jefa, ya la van a dejar libre, mamacita, pero le van a quedar antecedentes me dijeron, además ya dos de las vecinas de arriba nos gritaron “pinches viejas narcos” y hasta nacas nos dijeron en la tiendita, yo de plano no sé que hacer-
-Ay, mija, pues rezar- Doña Tere suspira tras las rejas, en la delegación. Recuerda su pueblo, esos caminos largos, pero bien largos que llevan a un solo lugar. Piensa en la iglesia, en el panteón, en su telar. Ya no tiene telar, pero sigue siendo tejedora. Podría, tendría que regresar a Teotitlán, al fin allá arriba se está más cerquita de Dios. Ojalá cuando llegara, todavía se siguiera hablando español, es lo único que le preocupa.

Landeros en el camino a casa, solo, vendado, apestoso, con paso lento, fija la vista en los escaparates de Reforma. Venden mucho lujo. Los colores de la mercancía son más atractivos que los de un jardín. Todo es de plástico, metal o algún otro material que no es indispensable para el cuerpo. El olor a nuevo atrae a los compradores como el de una rica comida casera. Sobre una vitrina de cristal alcanza a leer: ¡OFERTAS!, letras muy rojas, como labios pintados en una boca con mal aliento. Aprieta el paso, le entró hambre.



Nina toca la puerta de la oficina de Omar, el letrerito dorado se desprende, le cae sobre un pie. Ella suelta una palabra indebida en ese recinto. Se desencadena el llanto, otra vez.
Omar, pálido,sudoroso, la recibe con un abrazo.
-No importa, pequeña, no importa, ¿qué fue lo que pasó?- la envuelve en comprensión.
Ella balbucea la historia entre lágrimas y mocos. En dos minutos ha resumido la debacle.
-Degenerados, hijos de puta, esos artistillas de cuarta, ¿tú que tienes que estar haciendo en esos lugares,
preciosa?, adictos de mierda-.
-Gracias Omar, discúlpame. Nina se libera del abrazo. Omar lo prolonga. Su semblante está totalmente descompuesto.
-Yo te voy a cuidar, si tu te dejas-
-Omar, estás sangrando, tu nariz. A Nina, sobre el hombro derecho le ha quedado una gran mancha roja.
El se palpa, verifica la camisa, en la corbata se mezclan gotas con magueyes. Se desploma. Empieza la convulsión.
Nina, con los labios resecos llama una ambulancia.
Se hinca. Le detiene la cabeza. Le cuida la vida. Se aferra.
El tiquitear de los minutos sincopa una mélodía sin notas. Llena la partitura en blanco.
-Señorita, la crisis ha pasado- dice un paramédico después de la máscarilla de oxígeno y la inyección-
al despertar, vendrá lo peor.
Lo besa. Algo en ella quiere quedarse, fundirse ahí, en esa parte del cuerpo que no tiene nombre.
Ve su reloj de pulsera. Se le ha hecho tarde. Le gustaría tener más tiempo.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA LLORONA

La oscuridad, esa noche, fue obstinada. No cedió paso a la luna. Lo que en otras madrugadas hubieran sido penumbras, aquella fue total misterio. Los únicos resquicios de luz en la interminable selva, provienen de velas a medio consumir dentro de casas a medio terminar.
María remienda camisitas blancas. Desde que Luis partió al cuartel, ella prefiere dormir más tarde. Preferir no es la palabra, dormir más tarde, dormir a medias es necesario, así ella puede vigilar la puerta, seguir las respiraciones de los niños, remendar, llorar quedito.
Todos mantienen la guardia. Hay pocos hombres y menos armas.
Juan, por la tarde construye una pistola de madera. Don Ausencio, su abuelo, le enseña carpintería.También le habla de la historia de su pueblo, de café, de esperanza.
Intermitentemente María se asoma por la pequeña ventana. Esa noche, esta noche es más tarde de lo habitual. Verifica que la puerta esté bien atrancada. El sueño la vence, aún falta la última manga. Cabecea. Por los huequitos de las paredes de madera una luz blanquísima se escurre, dejando al descubierto su moreno rostro, su frágil cuerpo torcido sobre la silla de mimbre; pero no sólo la luz entra, la acompañan voces masculinas, rechinidos de llantas y pasos que parecen perforar el suelo. María despierta, se levanta,. En el acto se le va el aliento. Despeja su cara. No necesita asomarse. Sabe quiénes son, sabe lo que significa.
Luis tiene meses de estar lejos; su ausencia le ha cambiado el sabor hasta a las tortillas.
Los niños hacen preguntas. Sólo ven a sus tías y abuelos. María se ha quedado con un crío menos, pero de eso, nunca se habla.
-¡Ahora sí, cabrones muertos de hambre!
-¿Dónde lo tienen escondido?, ¡hijas de la chingada, ya entréguenlo!
María carga a José, el más pequeño, que aún esta soñando, tira de la manita de Juan, lo arranca de la cama. Él despierta rápido, ya no hace preguntas, regresa por su pistolita escondida bajo la cama. Ella lo jala con toda su fuerza, mientras el pequeño dispara al aire, ¡bum,bum!. Le da un golpe en la cabeza y le tapa la boca con la mano. Juan frunce el ceño y obedece.
-¡Pinches indias cabronas!- grita Manuel con una voz que él no reconoce.
María asoma un ojo entre la madera, ve como golpean en la cara a Lencha, su comadre, oye a sus ahijados llorar. Dos hombres entran a la casa y sacan a Rosita como si fuera un bulto, la tiran en medio de la tierra y frente a su madre que ve como le alzan la falda, le embarran babas y manos por todo el cuerpo. Lencha suplica. Luego cuatro chamacos que le parecen sus primos golpean a dos vestidos de verde sin que ellos sufran ningún daño. Ellos tienen cascos, armamento, los derriban sin mayor esfuerzo.
Lencha ya no grita.
María la ve tirada junto a otros cuerpos que guardan silencio.


Manuel se enlistó hace tres años, sus padres lloraron, suplicaron por su regreso. Él estaba listo para la lucha, para su lucha, la de su pueblo, decían. Desde pequeño recorrió con su padre mucha montaña, sumando más brazos a lo que ellos llamaban el fin de la larga noche.


En medio de la nada: gritos, balazos son lo único que se escucha, ya ni siquiera el ladrido de los perros.


Un martes de agosto el joven Manuel fue al centro de la ciudad por un encargo, la primera vez que se alejaba del pueblo; su padre le advirtió lo que encontraría allá abajo, pero nunca lo hubiera podido imaginar de esa manera. Desde la ventana de la Van, la visión de la ciudad se le había clavado en las pupilas como una aguja: cantinas en cada esquina, mujeres maquilladitas, hombres con billetes en las manos. Le dolieron los ojos.
En el camino a la farmacia dos hombres de verde le cerraron el paso, le hicieron preguntas para las que su padre le había dado las respuestas; entre risas lo dejaron seguir.


María remueve una tabla de la pared trasera de la casa, Luis había preparado esa pequeña trampa para escapar. Al quitarla, ve del otro lado a dos pequeños, los hijos de su hermana Sara, les hace una seña para que se acerquen; los niños corren asustados hacia ella. Les pide se tomen de las manos y les indica hacia dónde tendrán que correr lo más rápido que puedan.

Manuel llevaba una bolsa de estraza bajo el brazo, le quedaron 10 pesos para pagar el regreso. En la puerta de la farmacia lo esperaban los mismos hombres de hace rato, pero ahora de mezclilla y algodón. Venían con varios más.
-¿A dónde?- increpó el más moreno.
Manuel intentó esquivarlos.
-Pero sin miedo, no le vamos a hacer nada- dijo sonriente, al momento en que le enseñaba un cañon asomándose entre sus ropas.
Manuel, por un momento, se detuvo a ver el rostro de sus acosadores. Muy atrás y con la cabeza gacha, le sonrió con vergüenza Ramirito. No lo veía desde hacía años, la última vez habían volado un papalote.
-¿Qué pasó, primo?, ¿qué hace por acá?- preguntó Ramiro acercándose;-vamos por unos tragos.
-No, yo no tomo- contestó confundido.
Los otros hombres reían y lo empujaban.
¡-Mira nomás, este indio, que no quiere tomar!- gritó uno, soltó la carcajada.


María corre con José en brazos. Los tres pequeños vienen detrás. Atraviesan un buen trecho de matorral. De reojo alcanza a ver a Sara de rodillas frente a dos militares que la obligan a tragar el mazo carnoso que tienen entre las piernas.
María tiene ganas de matar, sólo puede correr.


Ramiro y sus compinches bebían, Manuel callaba.
-Ay, paisa, usted no entiende: aquí solamente somos empleados, hacemos un trabajo, no queremos problemas, pero una orden, es una orden, y pues, ni modo, para eso estamos- explicaba tranquilo el hombre más moreno.
-Y además estamos orgullosos, ¿qué no?- le dijo “El Bolas” a Ramiro, mientras le servía otra copa a Manuel-.Tenemos empleo, dinero, educación, ya dejamos lejos esa tierra dónde éramos como animalitos desnudos, hambrientos.
-¡Háganos caso!, déjese de ideas, mejor supérese, trabaje para su país, verá cómo lo van a respetar, se va a casar bien, va a ganar bien, va a ser todo un hombre.




Después de varios minutos, las piernas de María ya no pueden más, el peso de José se ha vuelto insoportable, los niños apenas pueden dar paso, falta poco para escapar, internarse en la selva, esperar a que se hayan ido.


Mareado por el alcohol, por las ideas, Manuel no regresó a casa.


Entre la maleza, se detienen por algunos minutos. José despierta, patalea, María intenta contenerlo.Susana la niña más grandecita, su sobrina, se ofrece para cargarlo, María acepta. Camina detrás para cuidar sus espaldas. Avanzan a tientas.
-¡Abuelo!,¡abuelito, no!- brota de una infantil garganta.
El grito interrumpe las oraciones de María. Un golpe seco. Una maldición que no se entiende. Un anciano cayendo sin remedio. Un pequeño que sale corriendo disparado por la angustia.
María se esfuerza por detener a Juan. Ni su brazo, ni su voz lo alcanzan. El niño es veloz.
Las armas se precipitan hacia los pequeños revelados a la luz de las linternas.
Las balas han silenciado los llantos.


Manuel a veces pensaba en su familia, no a veces, siempre, por las noches creía escuchar la voz de su madre llamandole para cenar, la cara de María se le aparecía en sueños como la de una virgen, lloraba, lo consolaba, pero luego veía a su padre, fúrico, apuntandole, dandole una bofetada, tragandose las lágrimas, y Juan, y el abuelo. Manuel casi nunca podía dormir, a veces se emborrachaba, otras ahogaba su pena entre los pechos de una mujer pagada, lo consolaba saber que ahora tenía medios para escapar, tal vez a la ciudad, tal vez a un lugar dónde nadie supiera sus orígenes.


Bajo un cielo sin estrellas, María, emite un alarido que desgarra la selva. Que enchina la carne. Que parece provenir de un animal maldito. Lo escuchan los de verde y se persignan.
Mutilada, María, atraviesa lentamente el charco de sangre, hunde en él sus pies desnudos que gotean al dar el paso. Se inclina sobre la carne quieta, tibia. Besa los cuerpos amados. Intenta cargar al más pequeño, es imposible con un solo brazo.
Uno de los uniformados se acerca, le ilumina el rostro. María alza la vista. Sus ojos vacíos, muertos, ya no miran: apuntan, fulminan al instante, se encuentran de frente con otros ojos, rotos, inundados, que no pueden escapar de esa mirada. Manuel sostiene un arma caliente que le pesa, que le quema las manos. Sin fuerzas, la deja caer junto a una pistola de madera bañada de rojo.
Esa, noche, esta noche, en medio de la oscuridad María comparte su pena. Aún, muy lejos, puedo escucharla gritar:
-¡Ay, mis hijos, ¡Ay amados!




sábado, 15 de enero de 2011

VELA

Sopla hasta que me apague
quiero ser un pabilo humeante, 
no esta llama moribunda
que a ti no te ilumina
y a mi solamente me consume
Sopla, sopla
hasta que no quede más que la pálida certeza de la cera:
perdurable emoción de la oscuridad naciente.