sábado, 14 de mayo de 2011

LA LLAMADA

Rosalva llega a casa, Juan ya está ahí. El tiene poco de haber llegado. Libre de la corbata, está tumbado frente al televisor mudo. Rosalva se sienta a su lado, arranca con un violento movimiento los tacones rojos de sus pies exhaustos, tiene ganas de hablar, de abrazar. El cansancio le estorba. Sin decir palabra se dirige a la cocina, preparará la cena.
Juan, se retira a dormir, ella se queda frente a una pila de sobres y una calculadora. Al terminar, se mete desnuda a la cama, pega su cuerpo a la espalda de su marido. El único sonido en aquella recámara es el de las respiraciones acompasadas de la pareja, casi imperceptibles. Sin advertencia, del teléfono brota un agudo chillido que rasga sin piedad el silencio, lo atraviesa. Rosalva estira el brazo, alcanza la bocina, balbucea, del otro lado nadie responde. Juan pronuncia una frase que no se entiende, regresan a las profundidades del sueño.
A la mañana siguiente, Rosalva delinea sus ojos. La radio transmite una emisión especial sobre infidelidad: “Mitos y realidades, cinco señales que no debe ignorar”. Ella programa esa estación para escuchar la hora cada cinco minutos. Despide a Juan con un beso, le arregla la solapa, y prosigue con el labial.
Suena el teléfono.
-¡Carajo!, ya es tardísimo, no voy a llegar.
-Bueno, bueno.
-...
Cuelga molesta. Busca su saco.
-Número dos: llamadas misteriosas, son muy comunes cuándo uno de los conyuges se ve envuelto en una aventura extramarital, señora preciosa, escuche con atención al otro lado de la bocina: una respiración, un ruido del fondo le podrán proporcionar pistas sobre la identidad de su rival.
Rosalva toma las llaves. Apaga la radio. Sale de casa azotando la puerta.
Conduce al trabajo. Un claxón. Una mentada de madre. Luz roja.
-Me estoy poniendo muy paranóica- dice- mira nada más, que escuchar a ese tal Walter. Ríe. El retrovisor le avisa que sus dientes delanteros están manchados de labial.
Por la tarde recibe una llamada de Juan, avisa no llegará temprano hoy. Tiene reunión con su jefe, el nuevo director de la empresa.
Rosalva ha tomado once tazas de café. Ha fumado media cajetilla, también.
Cuando Juan llega a casa, la encuentra con un cigarro entre los labios, con la sonrisa deformada. Se acerca, le besa el cuello. Ella, hace una mueca, retrocede un paso.
-¿Cómo estuvo la comida?
-¿Quiénes fueron?
-¿Por qué se alargo tanto?
Juan intenta responder, pero la velocidad del cuestionario lo enmudece.
-Está celosa, está celosa- canturrea entre risas.
Rosalva se relaja, él tiene razón, ha exagerado.

Las llamadas del “mudo” continuan. A veces responde él, a veces, ella.
Juan toma el celular de su mujer cuando ella entra al baño, revisa su agenda -esos celos que siente ultimamente, la obsesión por mis horarios, algo esconde, no es normal. No encuentra nada.
Es de noche, Rosalva estrena un neglille negro que guardaba. Se mueve lentamente, se acaricia, goza con el movimiento de sus dedos que bajo los encajes parecen ejecutar una melodía deliciosa. Él finge indiferencia, intenta retirarla. Rosalva lo llena de besos suaves desde el cuello hasta las pantorrillas, se despoja de la lencería, coloca las grandes manos de su esposo en sus senos, rítmicamente sus caderas se apoderan de la voluntad de Juan, que enfurecido por la sospecha, la toma sin delicadeza alguna, la voltea, la embiste iracundo -ésto es lo que querías, putita, ésto es lo que te gusta, ¿verdad?- su cuerpo se prepara para la estocada final. Rosalva grita. Él, en un sollozo ahogado vierte toda su energía.
Ahora no puede dormir, imagina a su mujer repitiendo los mismos movimientos envuelta en el mismo encaje, en otra cama, con otro hombre. Se excita .-Me doy asco.
Rosalva olisquea las camisas masculinas, revisa cada uno de los bolsillos de las prendas. Él ha comenzado a seguirla: el gimnasio, la universidad, la oficina, amigos, peligro, peligro, peligro.
Ella busca en el periódico en la sección de detectives, luego reflexiona, no importa, cómo diría su padre: “piensa mal y acertarás”. Preguntas, llamadas, mensajes, señales por todas partes: la agenda, el correo, la computadora, gritos, llanto, silencios podridos.
-La agenda, sí la agenda, cómo no lo había hecho antes. Rosalva la toma del portafolio, la guarda en su bolsa. Ya en la oficina, llama a cada uno de los contactos femeninos. Escucha la voz de cada mujer y se imagina su cuerpo húmedo esperando a Juan, sus labios, sus piernas trenzadas en las de su hombre. Un cigarro, otro, café, más café.- Cómo no tengo pastillas-piensa.
Él ha llegado borracho. Ella calla; al verlo desatar su corbata con torpeza, no lo resiste, ataca su cuello, le arranca la camisa, el cinturón, no pierde tiempo para lamer el sudor de su piel, para frotarse contra él. Juan al sentir los dedos de su mujer jugueteando por todo su cuerpo, se sabe otro hombre, se enciende, la ve deseando esa carne que no le pertenece. La sangre se desplaza con vértigo, se agolpa, le ordena.
La tormenta se desatará al día siguiente, cuando la lluvia haya cesado.
Es sábado, los dos están en casa, Rosalva abre la puerta de la recámara y lo ve: Juan sentado a la orilla de la cama. Sobre las sábanas, las pantaletas del cesto de la ropa sucia. Juan tiene una en la mano izquierda, la dirige a su nariz, repite el movimiento con la roja, la negra, la beige, su diestra se agita entre gemidos dentro del pantalón.
-Ding, dong
Rosalva baja las escaleras despavorida.
Él se demora unos instantes. Baja ruborizado. No reconoce al técnico de la compañía telefónica que corta cables en la cocina.
-Buenas tardes, señor, nos informaron que en esta calle el cableado ha presentado fallas y es imposible escuchar a las personas que llaman.
Voltean a verse. Ella no parpadea. El baja la mirada.
Frente a la ventana ven la escueta figura del técnico alejarse. Juan la abraza por detrás, la huele. Ella le acerca más el cuerpo, él desliza su mano dentro de la blusa de seda. Ella voltea, lo besa, de reojo inspecciona el cuello de su camisa, lo huele profundamente. En el reflejo del vidrio, Juan ve a su mujer excitada, la ve con un hombre que la envuelve. Respira. Se encuentra con sus propios ojos.