sábado, 6 de marzo de 2010

MIGAJÓN






Tengo ganas de salir a caminar. No llueve aún, pero el olor a humedad me previene. Me calzo las botas de cuero, tomo el impermeable rojo, y sin carga adicional, salgo. En el bolsillo del pantalón llevo dos cigarros y algunas monedas. No quiero fumar de más.

Mi piel, al entrar en contacto con el aire frío del exterior, se estremece.
Por toda la cuadra el olor intenso a pan se extiende placenteramente, mi nariz detecta tu cercanía.

Camino en dirección a tí, lentamente voy trazando tu rostro con mis pasos. Probablemente no estés, tal vez no te encuentre trabajando en el lugar del que emana ese aroma, que ahora es mi favorito.

Al fondo de la calle, casi al llegar a la avenida, la visión de los algodones de azúcar recién hechos, gana toda mi atención, me detengo, compro uno morado y gordo, tan bonito que quisiera conservarlo.

Continúo un poco más allá, donde el letrero blanquiazul de Panadería Pepe parpadea levemente, sus intervalos de luz, entrecortan mi respiración. Ya te ví...entro.

Me dirijo sin titubeos (aparentes) por una charola para el pan y las pinzas con las que elegiré entre el bizcocho y el garibaldi, mientras te espío de reojo. Estás justo frente a la mesa de trabajo, llevas una playera blanquísima, que ya bañada en sudor, trasluce el perfecto delineado de tu espalda, tus huesos, tu columna vertebral, tus hombros que con el esfuerzo resplandecen.

Meto en mi boca un pedazo grande de algodón, se disuelve muy lento, al tiempo que observo tus manos, tus grandes manos acariciando una masa tersa, hinchada, amasando acompasadamente, los dedos se hunden suaves, mientras va tomando forma, la golpeas un poco, comienzas de nuevo, disfrutas tu labor, lo veo en tus ojos, en tus labios húmedos que esbozan una ligera sonrisa.

Intento pasar inadvertida, no quiero que me veas, que me saludes, doy la vuelta para perderme detrás de las donas recién salidas del horno.

Ya me has visto, te acercas. Tus pupilas están dilatadas, tus mejillas enrojecidas y tu olor, tu olor a levadura fresca combinada con horas de trabajo llegan a mi nariz como una señal veloz que altera mis sentidos.

Escalofrío. Sonrió. Me besas la mejilla en la que dejas un ligero rastro de sudor, decimos palabras comunes
que ya no recuerdo, mi mente está ocupada en la rápida exploración de tu cuerpo, recorre dedos, muñecas,
brazos, pecho. Dios, debo parar o te vas a dar cuenta...intento concentrarme, pero luego te quitas el delantal y puedo ver tu delgado y fuerte tronco, pecho perfecto, eres flaco, y si bajo un poco la mirada, adivino tu abdomen enmarcado por una perfecta estructura ósea que desearía rozar con mi lengua...

-¿A dónde vas?
-Más abajo...
-A mi casa, respondo en tono muy bajo.

Quisiera quitarme éste oscuro velo de miedo.
Quisiera arrancarte esa camisa y pegar mi cuerpo tibio al tuyo sin reproches, no me lo permito, no me atrevo.

En tus ojos grandes y brillosos voy nadando hasta quedarme sin aire, me ahogo sin remedio en mis ganas.

¡Tócame, desnúdame!,amasa mi carne, rocíala con el río que llevas dentro, hornea el deseo en tu fuego, no me dejes así, vámonos de aquí.

Mi boca continúa cerrada, llena de miel, escuchando tu
entusiasta conversación del próximo concierto.

-¿Quieres acompañarme?
-A donde quieras
-¿Cuándo?
-Mañana
-Ahora
-Ok.

Repito una y otra vez cuánto odio quedarme callada
¿Qué necesito para tener valor?
¿Acaso tu proximidad no basta?
¿O es que éste deseo en cadenas que recorre mi cuerpo erizándolo, no es suficiente para callar a mordidas tus labios?

Te alejas un momento, vas a sacar del horno las conchas. Me pides que te espere, aquí me quedo, sigo detenidamente tus movimientos, me gusta tu cadencia.

Luego me veo despojándote de esa expresión de inocencia que caracteriza tu rostro, cómo tu sonrisa se deforma, cómo tu cuerpo se retuerce en un espasmo mientras te sujeto entre mis piernas, ya te aprisioné, mi humedad te baña, te tengo atenazado, no quieres escapar, me taladras, embistes tiernamente la herida, la marea crece, enmarcando la realidad de éste tiempo retorcido entre las sábanas, no pares, no temas, pronto explotaremos al unísono de nuestros actos, pronto ya no seremos dos, pronto miles de fragmentos lloverán sobre nosotros dejándonos ciegos, haciéndonos brillar, pronto no existirá más que el silencio...

-Perdón, ya regresé, ¿entonces, mañana?
-Quiero lamer tu cuello
-Mañana- contesto agitada.

Salgo sofocada, necesito aire, compré dos panes, saco un cigarro, lo coloco entre mis labios, no lo prendo, juego con el, le clavo un poco los dientes.

Mañana, mañana, me repito muy bajito al momento en que empieza a llover.


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